En
casa tuvimos dos tipos de jengas. El clásico de madera sin pintar y otro
que tenía maderitas de color (rojo, amarillo y azul) que viene con un dado.
Se arma un torre con tres barritas de madera por piso. Y se va intercalando, tres barritas ubicadas de forma vertical y tres horizontal y así hasta terminar la torre. Si tiene colores, va una barrita de cada color por piso.
Por turno, cada jugador (deben ser mínimo dos) debe sacar una barrita de madera y colocarla arriba de todo, sin que se caiga la torre. No se puede sacar piezas del piso más alto, sería muy fácil. En la otra versión, el procedimiento es el mismo, pero antes de sacar una pieza, hay que tirar un dado. El dado indica qué trozo de madera corresponde sacar, si de algún color en particular, si del costado o del centro. También vi que hay un jenga con números y dados numéricos. Son variantes, el objetivo es el mismo: que no se caiga la torre.
En la ludoteca jugamos a este juego con los chicos de 4to grado. Les tuve que explicar que uno debía esperar que el jugador terminara de apoyar la barrita, para sacar la pieza correspondiente a su turno. Porque si no ¿quién se hacía responsable si se caía la torre? Es un juego que requiere cierta paciencia, hay que pensar qué pieza conviene sacar y que, por eso, ayuda a hacerse de paciencia.
Los niños sacaban las piezas de abajo para dejar la torre pendiendo de un hilo. Y utilizaban las dos manos. En casa usábamos una sola mano, le da mayor dificultad.
Esta es la forma de jugar al jenga, pero también hay otras. Cuando los niños se cansan de jugar del modo tradicional o simplemente porque les da la gana, utilizan los bloques de madera para construir cosas. Así que hay distintas formas de disfrutar este juego. Escuchar el boooooom de una torre demoliéndose o construir castillos, casas, barcos y puentes.
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