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sábado, 5 de marzo de 2016

James y el melocotón gigante, de Roald Dahl

Tras quedar huérfano, James Henry Trotter es enviado a vivir con sus odiosas tías Sponger y Spiker. Un día, gracias a un dulce y jugoso durazno, su suerte cambiará para siempre.

No resulta raro que un libro de Roald Dahl sea llevado al cine. Escribe de una forma cinematográfica, como si hubiese pensado en la composición escénica de una película. En los planos, en el tiempo adecuado para generar suspenso y para dar un golpe de efecto. En una imagen perfecta. Y si no me creen, se los demostraré. 



Antes de desarrollar la escena que me sirve de ejemplo, el narrador dice, a modo de anticipación, "Fue en este momento cuando ocurrió la primera cosa de toda, la cosa 'bastante' rara que luego dio lugar a las otras 'mucho' más raras que le sucedieron" 

Y a continuación un fragmento de la escena, del encuentro entre el niño y el anciano: 

"El anciano avanzó, cojeando, un par de pasos, y entonces metió una mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una bolsita de papel blanco.
-¿Ves esto? susurró, balanceando suavemente la bolsita ante los ojos de James. ¿Sabes lo que es esto, hijo? ¿Sabes lo que hay dentro de esta bolsita?
Entonces se acercó otro poco, se inclinó hacia adelante y se aproximó tanto su cara a la de James que este pudo notar su respiración en las mejillas. La respiración del anciano olía a moho viejo y a cerrado, igual que el aire de una bodega subterránea."

Allí James obtiene lo mágico de esta historia y así empieza la aventura. Y qué aventura. Además tiene canciones, aunque en algunas partes no hay rima y probablemente esto sea por una dificultad para traducir  juegos de palabras.

De tanto leer y escribir sobre un melocotón jugoso, me dieron ganas de comer uno. Y de reemplazar a los "nubícolas" para pintar un arcoiris. Adiós.








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