En las vacaciones iba a visitar a mis abuelos paternos. Y por las tardes solíamos jugar al Desconfío, un juego de cartas. El juego es así. Se reparte la totalidad de naipes entre los jugadores (nosotros jugábamos con barajas españolas). Un jugador empieza a elegir un palo de descarte, por ejemplo "espada". Todos los jugadores, por turno, empiezan a tirar una carta boca abajo y dicen "espada". Puede que se haya tirado espada u otro palo. La ronda se frena cuando uno de los jugadores dice Desconfío. Si la carta era espada, quien desconfía se lleva todo el montoncito. Si era de otro palo, el que mintió se lleva las cartas. Gana el que se queda sin cartas.
Recuerdo que mi abuelo hacía trampa. Qué feo decir esto. Pero era así. No escondía cartas ni nada de eso. El abuelo hacía reír a mi abuela para que desconfiemos de ella. De esa manera, cualquiera de sus oponentes se llevaba la carta y él quedaba libre y ganador. A decir verdad, ahora que lo pienso, no era trampa, era una estrategia. ¡Qué buen estratega era mi abuelo!
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