Lo primero que aprendí es el movimiento de piezas y las reglas y, también con ello, que no es suficiente para saber jugar al ajedrez. Porque ¿cómo gano una partida si tengo solamente un rey y una torre? Eso se debe aprender.
Uno aprende sobre aperturas, sobre defensas, sobre finales. Aprende que un peón puede hacer la diferencia en un final. Aprende que el movimiento del caballo no es igual en una esquina que en el centro del tablero, que un alfil necesita espacio para ser peligroso, aprende a darle aire a su propio rey.
Y también se aprende cosas útiles para la vida. Que a veces hay que sacrificar cosas para lograr un objetivo, que uno tiene múltiples opciones para tomar y, por tanto, para evaluar. Que uno no debe concentrarse solo en una parte del tablero por más que crea que allí está pasando toda la acción y todo lo interesante. Y que uno puede ir perdiendo y remontar una partida. Al menos conseguir tablas.
Al mismo tiempo aprendí otras cosas sobre el ajedrez. Que no es un juego de hombres, que pueden jugar personas de distintas edades y de distinto género. Que ganar no significa tener más inteligencia que otro, porque para jugar mejor hay que estudiar y practicar. Que no es cierto que el ajedrez sea para personas a las que no les gusta la actividad física, el aire libre o que solo le interesen los juegos de mesa. Los niños "ajedrecistas" entre partida y partida jugábamos a las escondidas e íbamos a la pileta.
Entonces, ¿qué es el ajedrez? El ajedrez es un juego de mesa tradicional que requiere de concentración, de táctica y de estrategia. Un juego que se puede jugar en casa, en torneos o en alguna plaza que tenga la famosa mesa de cemento con el tablero pintado. Uno lo puede considerar como un pasatiempo para algunos momentos o practicarlo como un deporte, prepararse a nivel competición. Todo depende de lo que se quiera hacer.
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